En nuestro último día en Londres, el sol apareció y dedicamos la mañana a una caminata a la vera del Támesis, con la compañía de unos ricos mates. Luego de un excelente FISH & CHIPS (no te vayas sin probarlo), con la pancita llena y el corazón contento de haber recorrido Londres, nos fuimos para el hotel a buscar nuestras cosas e ir a tomar el bus para el aeropuerto.
Ahora les contamos el resto del día, tratando de reducirlo al mínimo posible para no aburrirlos 👇🏻
Teníamos un vuelo de Londres a Praga por la tardecita, alrededor de las 19. El vuelo era a través de una aerolínea low cost que operaba en el aeropuerto de Stansted, al norte de la capital inglesa.
Para llegar con tiempo y tranquilos, decidimos tomar temprano el bus que nos llevaba al aeropuerto, a eso de las 14.30, desde la estación Victoria (en el centro). La distancia era aprox. de 60 kilómetros.
Una vez instalados en el bus, subió el conductor presentándose ante todos sus pasajeros para contarnos que iba a ser quien en definitiva nos depositaría en nuestro destino final. Todo esto con un inglés con tintes de acento africano.
¡Bueno, arrancamos! La verdad que nosotros estábamos bastante cansados. A los pocos minutos de viaje nos dormíamos, viendo el Big Ben a nuestra derecha.
Peero, al pasar una hora, nos despiertan las voces alteradas de algunos pasajeros. Al abrir los ojos, notamos que ahora el Big Ben estaba a nuestra izquierda. Es decir estaba básicamente en el mismo punto, pero con el colectivo yendo en sentido inverso!
La verdad qu no entendíamos nada, porque habíamos estado durmiendo en ese lapso de tiempo. El tráfico era tremendo y la gente se había impacientado. No avanzábamos y ya eran cerca de las 16.
Teníamos que estar en el aeropuerto, según la información provista por la aerolínea, al menos 1 hora y media antes de la partida.
🚍 La cosa no mejoró mucho. Al tráfico recargado, por momentos lo complicaba aún más la lluvia, y varios pasajeros empezaron a pedirle al chofer que, por favor, parara para que ellos pudieran bajarse. Otros llamaban a la empresa de buses para comentar la situación, quejándose porque era probable que perdieran sus vuelos. En un momento se le acercaron al chofer y exigieron que le abrieran la puerta, pero el joven conductor solo atinaba a pedirles que por favor volvieran a sus asientos y se abrocharan los cinturones.
A esta altura ya no sabíamos si nuestro colectivo había sido secuestrado o si simplemente nos había tocado un chofer inexperto 😬
Los minutos pasaban y todo el mundo refunfuñaba. Nosotros, al ver esta situación, decidimos empezar a mirar otros vuelos, ya que considerábamos que no íbamos a llegar. Era todo muy difícil, porque la ruta que teníamos prevista contaba con muy pocas opciones (ni hablar de que significaba un costo extra no estipulado).
Pasando los minutos, el tráfico (y el cielo) empezaron a aclararse y el colectivo mejoró su ritmo. Muchos en el bus tenían cara de desilusión y amargura. Nosotros aún teníamos la esperanza de llegar.
Pasaditas las 18 logramos llegar, extenuados mentalmente. Recuerdo que los que aún teníamos chances de embarcar bajamos del colectivo a toda velocidad, abrimos el compartimento del equipaje por motus propio, sacamos los bártulos y salimos corriendo hasta la zona de check in. Fuimos al counter de la aerolínea, despachamos todo y salimos disparados para la zona de embarque 🏃♂️.
Llegamos milagrosamente y nos tocaron literalmente los últimos asientos del avión, sin poder reclinarse. En ese momento ya no importaba nada. Lo bueno es que habíamos llegado a tiempo ✈
Si bien habíamos salido con un tiempo considerable, el bus probablemente no era el medio oportuno para realizar dicho viaje. Quizás en tren era más previsible el horario de llegada. Siempre es recomendable llegar con tiempo, especialmente cuando hablamos de vuelos. Llegar tarde nos puede traer varios dolores de cabeza.
Un final feliz en esta anécdota. ¡Sigamos viajando!
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