Cusco para mí ha sido una de las ciudades más interesantes de recorrer y la tengo como una de mis preferidas en el mundo entero.
Esta ciudad, antigua capital del imperio incaico, tiene magia, tiene misterio, tiene un aura que cautiva y que intriga a los viajeros, que vienen de todas partes del mundo, puesto que es -entre otras cosas- la antesala de Machu Picchu.
Caminar por las calles empedradas de Cuzco, de día o de noche, nos transporta a cientos de años atrás. El casco antiguo se mantiene en excelente estado, la plaza de armas y varias iglesias y conventos son algunos de sus mayores atractivos. La imposición colonizadora dejó su huella, aunque lo autóctono se manifiesta firmemente. Basta ver, por ejemplo, las antiguas obras de arte hechas por los originarios, dispuestas en iglesias, y cómo interpretaban las palabras del dios impuesto por los españoles.
La ciudad está situada a más de 3300 metros de altura, por lo que antes de llegar a la ciudad es recomendable tomar unas pastillas de sorojchi para facilitar la aclimatación y mejorar la capacidad respiratoria. De todas maneras, aconsejo no exigir demasiado el cuerpo durante las primeras 48 horas allí. Es conveniente, a su vez, probar el té de coca o bien mascar sus hojas para amortiguar los efectos del apunamiento.
Camino a Machu Picchu recorrimos el Valle Sagrado de los Incas, el cual posee varios monumentos arqueológicos y pueblos indígenas. Son increíbles las postales que se ven durante el recorrido, quedando entre mis preferidas los complejos de Pisac y Ollantaytambo, desde los cuales se puede apreciar la perfección con la que tallaban la piedra y ni que hablar de las vistas espectaculares del valle que se tienen estando allí. Desde Ollantaytambo partimos en tren hacia Aguas Calientes, el pueblo que sirve de base para la ascensión a Machu Picchu.
Cusco y su valle sagrado son lugares únicos en el mundo. Mágicos, misteriosos, cautivantes.
En el siguiente post, seguimos nuestro recorrido hacia Machu Picchu. ¿Vamos?
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