Nos adentramos en la magnética ciudad de Machu Picchu.
Al tomar el tren desde Ollantaytambo, se sucedieron panorámicas hermosas hasta llegar a Aguascalientes, una pequeña ciudad que sirve de base para ir a ver esta maravilla del mundo: Machu Picchu.
En Aguascalientes convergen turistas de todo el mundo, de todas las nacionalidades, lo cual genera un ambiente super colorido y diverso que se ve solamente en lo que llamaría capitales mundiales del turismo.
Acá experimenté una cuestión muy rara que no he visto en otro lado hasta el momento. El desayuno lo tomé alrededor de las 4.30 am, bien temprano (lo empezaban a ofrecer desde esa hora). Por qué? Porque mucha gente sale a esa hora desde el pueblo para llegar hasta la entrada de Machu Picchu caminando por la ladera de la montaña.
Y eso hice yo. Al salir alrededor de las 5AM, aún estaba a oscuras y la verdad que no tenía nada para alumbrar el camino. En aquella época tenía un celu que tenía la función de linterna, pero -si mal no recuerdo- se lo había dejado a Pao para que lo usara de despertador. Por suerte en el camino me encontré con una pareja de franceses que iban mejor equipados de iluminación y los seguí hasta que empezó a aclarar.
Quería llegar lo más temprano posible, así que cuando se hizo la luz, apuré la marcha. Sabía que tenía que llegar temprano para conseguir entrada también al Huayna Picchu, que es la montaña que permite la mejor vista de Machu Picchu. En aquel momento, la cantidad de personas que podían subir al Huayna Picchu era limitada. Y los primeros que sacaran entrada lo conseguirían. Afortunadamente, llegué a tiempo.
Las ruinas de Machu Picchu están emplazadas en un lugar que, en su momento, sería de muy difícil acceso. Tal es así que recién a principios del siglo XX comenzaron las primeras investigaciones a fondo de esta ciudadela, que se estima fuera habitada por las familias del imperio incaico más destacadas. La ciudadela en la altura, entre las montañas, con las nubes por momentos tapando parte de la escena, hacen de esta una experiencia verdaderamente única.
La subida al Huayna Picchu fue la frutilla del postre. Eso sí, el trayecto es super empinado y paso a paso debemos cuidarnos de no trastabillar para no pasar malos momentos. Igualmente el premio es el mejor. La vista desde allá arriba merece la pena y el cansancio.
Machu Picchu es una experiencia única. Imperdible.
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