Nos fuimos de Suiza y atrás quedaron los temitas mecánicos.
¡Ey! No tan pronto, dijo la Estela, je. Apenas unos kilómetros por rutas alemanas y empezamos a sentir un ruido, presumiblemente en una de las ruedas, por enésima vez.
En Italia, y mismo en Suiza, tuvimos problemas similares, yendo y viniendo de mecánico en mecánico. Parecía que el último arreglo hecho en un lugar cercano a Como (Italia) nos haría olvidar de los problemas con nuestro veterano motorhome.
No solamente la rueda empezó a hacer un ruido extraño, sino también que las luces bajas dejaron caprichosamente de funcionar. Funcionaba el guiño, las altas, pero las bajas no. Para solucionar esto terminamos en un pueblo del cual no recuerdo siquiera el nombre, con un mecánico que no hablaba más que alemán. Afortunadamente, su mujer estaba ahí también y nos hizo las veces de traductora. Entonces era explicarle, en inglés, lo que nos estaba pasando, y ella traducía a su marido que, sin mediar palabras, se puso a meter mano.
Por lo que entendimos era principalmente un problema de los contactos, viejos, tanto del guiño (adentro) como los de los focos. Finalmente cambió los focos de las luces bajas y también los de posición, que daban calamidad. A medida que trabajaba con nuestra Estela, empezaron a caer otros clientes, así que el Mechaniker apuró las pruebas de rigor, vio que todo andaba más o menos bien, nos saludó amablemente y siguió con su clientela.
Terminamos pagándole a la mujer traductora y listo. Problema de las luces solucionado.
Seguimos, pero el problema de la rueda persistía, por lo que no pudimos hacer muchos kilómetros más. No todo mecánico puede trabajar sobre un vehículo tan alto como el nuestro, así que costó encontrar a alguien con el taller y el tiempo disponibles. Nuevamente fuimos boyando de un lugar a otro hasta dar con un tal Andreas, que nos diagnosticó nuevamente un problema de bolillero y maza. El problema era que debíamos esperar a la llegada del repuesto, que demoraría alrededor de una semana.
Sin poder hacer muchos kilómetros, no nos quedó otra que ir a un lugar cercano. Así fue como Sigmaringen llegó a nuestras vidas.
Sigmaringen es una pequeña localidad que se destaca por un castillo que se ve prácticamente desde cada rincón de la ciudad. Este castillo es verdaderamente una genialidad arquitectónica, sobre un acantilado a pasos del Río Danubio. Actualmente sigue perteneciendo a una familia dinástica, los Hohenzollern, y ofrece visitas guiadas donde se puede explorar su colección de arte, armas y muebles históricos. Muy antiguo y quién sabe con cuántas historias. La que más me resonó fue la historia de Phillip Pétain, quien fuera el "presidente" de Francia luego de la invasión nazi.
Una vez invadida por Alemania, Francia quedó en parte ocupada por los nazis, y con otras zonas gobernadas por este sujeto, Phillip Pétain, que cedió ante todas las presiones de Hitler y compañía, lo que le valió el repudio de su propio pueblo. Pétain fue un héroe en la primera guerra mundial, pero al tomar el mando luego de la renuncia del presidente francés, su popularidad y admiración fueron decayendo. Tal fue así que tras el desembarco en Normandía y el retroceso de los alemanes, a este gobierno que complació todos los requerimientos del III Reich no le quedó otra que ser desplazado, prácticamente en huída. ¿A dónde? Al Castillo de Sigmaringen y a varios de los edificios más importantes del mismo pueblo.
Pétain fue incluso condenado a muerte por los franceses, aunque luego le tuvieron cierta piedad, quizás por su glorioso pasado. Murió en 1951 en la isla de Yeu, francesa, en el Atlántico.
La ciudad cuenta con un centrito muy pintoresco de casas coloridas, con ese típico entramado de madera.
Así, pasamos seis noches en una área dedicada a Motorhomes. Disfrutando de la ciudad, pero más que nada de los paseos que existen a ambos lados del Danubio. Si hay algo que nos sorprendió de la ciudad, más allá del castillo, fue cómo han aprovechado las costas del río para colocar senderos, con juegos para niños, zonas para ejercitarse, canchas de volley y mucho más.
A veces, vivir de viaje resulta agotador. El levantarse temprano cada mañana estudiando a dónde ir, por qué ruta transitar, dónde parar (y dónde cargar y descargar aguas) puede ser desgastante con el tiempo. Así que estos seis días forzados de parate nos vinieron muy, pero muy bien.
Lo mejor de todo fue después de esos seis días de descanso, fuimos al mecánico, nos arreglaron la rueda, y seguimos camino. ¡Todos renovados!
¡Sigamos viajando!
Me encanta leerlos chicos!! Toda una aventura y aprendizajes diarios. A seguir camino!!