Desde la estación central de Kyoto nos subimos a un tren en dirección a Nara, ciudad japonesa de más de 350 mil habitantes.
En el trayecto nos tomamos unos mates, con la mirada casi atónita de los pasajeros orientales. Más allá de la extrañeza que pueda haber provocado esta infusión que se toma a través de una “pajita”, debemos sumarle que ellos consideran de mal gusto tomar o comer algo en el transporte público, o mientras vas caminando.
Ni bien bajamos en la estación central del destino, comenzamos a recorrer la calle Sanjo Dori, que nos depositaría en el Parque de Nara. Esta calle es muy concurrida, con locales de todo tipo y hasta incluso ya podemos empezar a ver a los amos y señores de la ciudad, los ciervos.
Los ciervos sika, considerados mensajeros de los dioses según el sintoísmo, son protegidos. Hay alrededor de 1200 en el parque. Están bastante acostumbrados a estar en contacto con la gente. Tal es así que si le hacemos el gesto de reverencia, ellos te lo devuelven. En el parque hay varios lugares donde podemos comprar unas galletitas de arroz llamadas Sembei, ideales para alimentarlos.
Es increíble cómo, ante la ausencia de turistas durante la pandemia, los ciervos bajaron drásticamente de peso. Es que, anualmente, Nara recibe 13 millones de turistas y, en tiempos normales, representan la venta de 20 millones de galletas para alimentarlos.
Terminada la calle Sanjo Dori, nos encontramos con el parque, los ciervos y templos, muchos templos.
Quizás el más importante sea el templo Todaiji, famoso por la gigante estatua del Gran Buda y la puerta Nandai-mon.
Una curiosidad del templo es que uno de los enormes pilares que lo sostiene tiene en su base un agujero de dimensiones idénticas a las de los orificios nasales del Buda. Se dice que quien pueda atravesar dicho agujero obtendrá la iluminación en la siguiente vida. ¡Flor se animó, lo atravesó y será toda luz en su próxima existencia!
Otro de los santuarios más visitados es el Kasuga Taisha, conocido por su increíble cantidad de faroles de bronce y lámparas de piedra. En determinadas celebraciones, cuando encienden todos los faroles y lámparas, se crea una atmósfera muy especial.
El templo Kofukuji, y su pagoda de cinco pisos, es un atractivo más de la lista. El parquizado que rodea al conjunto lo hace resaltar y lo convierte en uno de los imperdibles del parque.
Así como nombramos a estos templos, debemos aclarar que hay muchos más para recorrer, siempre y cuando le concedas a Nara al menos una noche en destino.
Por último, aconsejamos recorrer el antiguo sector comercial de la ciudad, Naramachi. Llena de callejones antiguos, casas tradicionales, tiendas de artesanía, restaurantes y cafés.
Por todo lo descrito, nosotros nos declaramos ultra fans de Nara. Ahora, tomamos rumbo norte para ver de cerca al Monte Fuji y vivir una extraña experiencia MUY japonesa.
¡Sigamos viajando!
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